No
Por José Pablo Feinmann
No parecería posible. Porque es una decisión casi imposible, casi inimaginable. Sin embargo, 32 años atrás, en la siniestra D2 de Córdoba, bajo la mirada fría, macabra, del general Menéndez, un policía y cinco de sus compañeros se negaron a torturar. Se trata de un acontecimiento. Ahora fueron premiados por ese gesto. Pero cuando lo hicieron, estaban solos. Fue un acto libre de un sujeto libre que, en algún lugar de su hiperdeterminada conciencia, encontró un foco de libertad, un resto, algo suyo, desde ahí, desde ese pequeño lugar en que él tiene la potencia del Espíritu Absoluto hegeliano, dijo que no. "Disculpen, señores. Pero yo no puedo torturar a otro hombre. No me niego por desobedecer. Me niego porque no puedo cumplir esa orden. Es imposible para mí. Hay algo que me lo impide. Y todavía conservo la fuerza para negarme." Todavía –está diciendo– mi convicción es más fuerte que mi miedo. Porque sabe que esa desobediencia le va a costar, y mucho. Sabe que, a partir de ahora, el castigado, el torturado, será él. Que otros –otros que han sido compañeros suyos– van a cumplir la orden que se les dará. Que esos otros no se van a detener porque él haya sido uno de ellos, un compañero. Sino que tal vez lo torturen más salvajemente por eso. Porque ya son "máquinas de obediencia" y porque, muy especialmente, lo odian por mostrarles la posibilidad de otra respuesta, de otro camino. Le van a hacer pagar cara su valentía insólita. Esa jactancia de negarse a hacer lo que ellos sumisamente hacen, torturar. Y lo torturan, le dan máquina durante horas, días. Sus mismos compañeros, los que hasta ayer tomaban mate con él y escuchaban los partidos de Instituto y de Belgrano de Córdoba.