27 noviembre, 2016

Reflexiones de Ernesto Laclau

 acerca del POPULISMO

Ante el embrollo que significó para todos los partidos del régimen en América del Sur la súbita aparición en la política de las masas que implicó la caída uno a uno de los distintos gobiernos llamados “neoliberales”, diferentes intelectuales asociados a posiciones teóricas y políticas muy heterogéneas intentaron dar respuesta al fenómeno que implicaron las protestas sociales de principios del siglo XXI en todo el continente.

Laclau y el populismo (notas para una investigación, entregas I y II)

Una de ellas, la de Ernesto Laclau (discípulo de Hobsbawn, compañero de Zizek, historiador argentino residente en Inglaterra) intenta dar cuenta del fenómeno denominado “populista”, específico de las formaciones sociales periféricas (en la acepción de Samir Amin).

Como Laclau muestra, el mismo término “populismo“, fue acuñado por la tradición liberal sudamericana (de extracción social oligárquica agro-exportadora y asociada estrechamente a los intereses del capital extranjero en la región, primero inglés, luego norteamericano, en el período posterior a las guerras de la independencia contra España) con un claro sesgo peyorativo.

Según Laclau, “lo que está implícito en un rechazo tan desdeñoso es la desestimación de la política tout court y la afirmación de que la gestión de los asuntos comunitarios corresponde a un poder administrativo cuya fuente de legitimidad es un conocimiento apropiado de lo que es la ‘buena’ comunidad“, es por esto que el significante-Amo “populismo”, “estuvo siempre vinculado a un exceso peligroso, que cuestiona los moldes claros de una comunidad racional”, es decir un exceso propio de lo político mismo.

Entonces el objetivo de esta operación, sería ya, no negar la política misma (puesto que por medios llamados “democráticos”, como el simple y brutal golpe de estado las clases dominantes la han hecho y la siguen practicando), sino la política entendida -esto es practicada, ya que política implica pensamiento en si misma- por las masas, esto es política verdaderamente democrática.

Laclau afirma, junto con Freud, que el “exceso inasimilable” es inherente (y podríamos decir inmanente, en un sentido fuerte) a la formación de toda identidad social (Psicología de Masas y análisis del yo, Sigmund Freud).

Pero (y por suerte, agregaríamos) no todo es color de rosas. Por su propia característica de significante flotante, y vacío, el referente de la palabra “populismo” siempre ha sido ambiguo y vago en el análisis social (el fenómeno de diseminación y diferencia derrideana), entonces Laclau aclara que

“nuestro intento no ha sido encontrar el verdadero referente del populismo, sino hacer lo opuesto: mostrar que el populismo no tiene ninguna unidad referencial porque no está atribuido a un fenómeno delimitable, sino a una lógica social cuyos efectos atraviesan una variedad de fenómenos. El populismo es, simplemente, un modo de construir lo político“.

Entonces, la claridad conceptual ausente (o fantasmática en el sentido de Lacan) en las referencias al populismo, sería de algún modo “sintomática” de lo propio de la política, atravesada por el antagonismo, la articulación y la lucha por la hegemonía, como características estructurales (ver Laclau y Chantal Mouffe, “Hegemonía y Estrategia Socialista”).

En próximos desarrollos continuaremos con el estudio del punto de vista de Laclau sobre el tema.

Parte II.

Les propongo una pequeña arqueología histórica del “caso Americano” (no es el sueño, porque del que yo hablo es crudamente realista, antionírico y es del Sur no del Norte… jaja).

En la entrega anterior habíamos conceptualizado el “populismo” como significante flotante, esto es, de significado permanentemente excedido y diseminado. Los intentos de explicarlo no han salido de una banal explicación que remite a términos como “impresición” o “vaguedad“; gran parte de la “culpa” de esto la tiene nuestra propia historiografía americana.

La tradición liberal americana, siempre estuvo (por cuestiones materialistas o de “sueldo”) asociada estrechamente a los intereses extranjeros, cuando no eran directamente hijos de comerciantes o propietarios de tierras que mandaban a sus hijos a estudiar a la Vieja Europa.

Es por esto que si uno revisa toda la historia intelectual y política americana verá como las élites dominantes se dirimían entre “afrancesados” o “ingleses“.

Pero, subrepticiamente, crecía en los áridos terrenos de la campaña pampeana (campaña era como se le llamaba al desierto o a las provincias que no eran Buenos Aires o Lima en el siglo XIX, es decir al sitio de residencia de los marginales y los nómades o periféricos), a base de una tradición criolla (porque provenían de tradiciones culturales hispánicas no anglo-francesas, vestigios de las viejas revoluciones por la independencia) una cultura popular que cooptada primariamente por la Iglesia católica, sería junto con los inmigrantes de principios del siglo XX, el futuro “proletariado” argentino y americano.

Aquí empezamos a imaginar como, toda la verdadera cultura “subalterna” no era algo homogéneo y determinado, sino un espacio simbólico muy rico, pero atravesado por infinitas contradicciones.

Al producirse el éxodo del campo a la ciudad o de las provincias al puerto, producto de las tardías revoluciones industriales y urbanizaciones que se dieron en la década del 30 del siglo XX en toda américa, los “nómades” se vieron enfrentados directamente a los patrones de la metrópoli.

Del relativamente fuerte peso que tenía el proletariado versus la relativa debilidad del capital autónomo (en comparación con el capital extranjero) surge un “árbitro” que es el Estado (generalmente comandado por las Fuerzas Armadas) que media en un sentido más o menos progresivo para evitar que la confrontación social devenga guerra civil (y revolución).

Todas las diferentes alternativas teóricas (tanto de izquierda como de derecha) que se propusieron abordar el populismo, parten de éstos análisis, en versiones más o menos cambiadas.
El populismo entonces, se explicaría como un fenómeno de alianza de clases o bonapartismo (en el sentido de equilibrio inestable entre clases mediadas por un árbitro social) propio de la retrasada realidad social americana, hija de la más retrasada de las retrasadas realidades europeas: la Española (aún hasta el día de hoy alguna que otra vieja de barrio dice que deberíamos haber aceptado las invasiones inglesas de 1806 y no repelerlas, porque de tantos abuelos gallegos así quedamos…).

Encontramos así, desde las mismas elaboraciones teóricas, un problema insalvable al abordar la cuestión del populismo, en palabras de Laclau, “el impasse que experimenta la teoría política en relación con el populismo está lejos de ser casual, ya que encuentra su raíz en la limitación de las herramientas ontológicas actualmente disponibles para el análisis político; que el “populismo”, como lugar de un escollo teórico, refleja algunas de las limitaciones inherentes al modo en que la teoría política ha abordado la cuestión de cómo los agentes sociales “totalizan” el conjunto de su experiencia política.” (Ernesto Laclau, La razón populista)

“Si al populismo se lo define sólo en términos de “vaguedad”, “imprecisión”, “pobreza intelectual”, como un fenómeno de un carácter puramente “transitorio”, “manipulador” en sus procedimientos, etcétera, no hay manera de determinar su differentia especifica en términos positivos.

Por el contrario, todo el esfuerzo parece apuntar a separar lo que es racional y conceptualmente aprehensible en la acción política de su opuesto dicotómico: un populismo concebido como irracional e indefinible.

Una vez tomada esta decisión intelectual estratégica, resulta natural que la pregunta “¿qué es el populismo?” sea reemplazada por otra diferente: “¿a qué realidad social y política se refiere el populismo?”.

Al ser privado de toda racionalidad intrínseca, el explanans sólo puede ser completamente externo al explanandum.” (Ernesto Laclau, ibid.)

Entonces dice Laclau, si la pregunta por “qué es el populismo”, es reemplazada por “¿de qué realidad o situación social es expresión el populismo?”, el populismo está realmente relegado a un nivel meramente epifenoménico.

En palabras de Laclau,

“de lo único que estamos hablando es de los contenidos sociales (intereses de clase u otros intereses sectoriales) que expresa el populismo, mientras que permanecemos en tinieblas con respecto a las razones por las cuales ese tipo de expresión resulta necesario”.

Entonces: “en lugar de contraponer la “vaguedad” a una lógica política madura dominada por un alto grado de determinación institucional precisa, deberíamos comenzar por hacernos una serie de preguntas más básicas: “la ‘vaguedad’ de los discursos populistas, ¿no es consecuencia, en algunas situaciones, de la vaguedad e indeterminación de la misma realidad social?”

Y en ese caso,

“¿no sería el populismo, más que una tosca operación política e ideológica, un acto performativo dotado de una racionalidad propia, es decir, que el hecho de ser vago en determinadas situaciones es la condición para construir significados políticos relevantes?”

Finalmente,

“el populismo, ¿es realmente un momento de transición derivado de la inmadurez de los actores sociales destinado a ser suplantado en un estadio posterior, o constituye más bien una dimensión constante de la acción política, que surge necesariamente (en diferentes grados) en todos los discursos políticos, subvirtiendo y complicando las operaciones de las ideologías presuntamente ‘más maduras’?” (Ernesto Laclau, ibid.)

Se dice que el populismo “simplifica” el espacio político, al reemplazar una serie compleja de diferencias y determinaciones por una cruda dicotomía cuyos dos polos son necesariamente imprecisos.

“Por ejemplo, en 1945, el general Perón adoptó una postura nacionalista y aseveró que la opción argentina era la elección entre Braden (el embajador estadounidense) y Perón. Y, como es bien sabido, esta alternativa personalizada tiene lugar en otros discursos mediante dicotomías como ser el pueblo vs. la oligarquía, las masas trabajadoras vs. los explotadores, etcétera. Como podemos ver, existe en estas 3 dicotomías –así como en aquellas constitutivas de cualquier frontera político-ideológica– una simplificación del espacio político (todas las singularidades sociales tienden a agruparse alrededor de alguno de los dos polos de la dicotomía), y los términos que designan ambos polos deben necesariamente ser imprecisos (de otro modo, no podrían abarcar todas las particularidades que supuestamente deben agrupar).” (Ernesto Laclau, ibid.)

Estamos en presencia aquí, de algo muy importante. La lógica misma de la política nos dice Laclau (y esto lo podemos ver muy bien en su libro “Hegemonía y estrategia…”), como lógica específicamente discursiva y que pone en juego la hegemonía, necesariamente es dicotómica.

Generalizadora y vaga, pero condición misma del llamado a la interpelación (recordemos aquel viejo y celebérrimo texto de Marx, el Manifiesto, en el que Marx nos dice que el mundo se divide en burgueses y proletarios), la dicotomía sería la condición de posibilidad misma de la articulación hegemónica, es decir, la posibilidad de otorgar un sentido precario al Significante-Amo (Revolución, Liberación, República, Comunismo, Pueblo, etc, etc.).

En un pasaje verdaderamente esclarecedor, Laclau nos dice:

“Sólo en un mundo imposible, en el cual la administración hubiera reemplazado totalmente a la política y una piecemeal engineering (Piecemeal engineering es un término técnico usado por Karl Popper que significa un cambio lento y gradual que excluye toda ruptura súbita), al tratar las diferencias particularizadas, hubiera eliminado totalmente las dicotomías antagónicas, hallaríamos que la “imprecisión” y la “simplificación” habrían sido realmente erradicadas de la esfera pública”.

Entonces los tecnócratas cuando nos hablan de “complejidad de la cuestión social” o de una esfera ”pública” y otra “privada”, ¡quieren política sin política!, comienzo a sentir hedor a autoritarismo “light”… La especificidad propia de lo político es lo discursivo, como bien ve Laclau.

Entonces como el arte discursivo, el “arte político” sería el espacio… de la retórica.

“Tomemos el caso de la metáfora. Como sabemos, ésta establece una relación de sustitución entre términos sobre la base del principio de analogía.

Ahora bien, como ya hemos mencionado, en toda estructura dicotómica, una serie de identidades o intereses particulares tiende a reagruparse como diferencias equivalenciales alrededor de uno de los polos de la dicotomía.

Por ejemplo, los males experimentados por diferentes sectores del pueblo van a ser percibidos como equivalentes entre sí en su oposición a la “oligarquía”. Pero esto es simplemente para afirmar que son todos análogos entre sí en su confrontación con el poder oligárquico. ¿Y qué es esto sino una reagregación metafórica?”. (Ernesto Laclau, ibid.)

Cuando los mismos tecnócratas nos hablan de demagogia o de retórica, parecen olvidar que lo político mismo se constituye de ese modo: nuevamente braman porque la política se les ha infestado de… política.

No nos sorprenderemos, si revisamos que lo que contraponen frente al fenómeno populista es la vieja y querida Racionalidad.


Con esta operación se condena éticamente a todo movimiento popular, denigrando y degradando al populismo a la esfera “irracional” o “prerracional” en el mejor de los casos (Un “prócer” de nuestra historia argentina, Sarmiento, emulando a Montesquieu decía que los caracteres irracionales de los movimientos de las montoneras y los gauchos se anclaban en las tradiciones españolas, consideradas bárbaras y pre-modernas en relación a las “demócraticas” actitudes franco-sajonas… hubo que esperar algunos años para ver el ideal democrático francés realizado en los escuadrones de la muerte en Argelia, pero bueno no seamos injustos con nuestro querido Domingo Faustino…).

Pero, como dice Laclau, este fenómeno de denostación de las experiencias políticas populares, se inscriben dentro de lo que podríamos denominar el “pánico a las masas” y su correlato “científico” -ideológico, la psicología de masas (en este sentido ver el muy ilustrativo ejemplo que da Latour en “La esperanza de Pandora” sobre cómo se construyó la ficción “natural” por el mismo miedo a las masas).

Este debate está dentro de las viejas discusiones (que se remontan hasta Durkheim) en lo social sobre lo normal/patológico (ver las sugerentes y profundísimas reflexiones de Michel Foucault al respecto).


Las negritas y cursivas y algunos enlaces no pertenecen al texto original. Son un modo de destacar y facilitar mi propia lectura de porciones que considero de mayor relevancia.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario