01 septiembre, 2016

Mario Bunge: un charlatán más en el reino de los charlatanes Leandro Andrini


Semanas atrás, una entrevista a Mario Bunge publicada en un semanario de cultura y titulada Hay brujos y chamanes en todas partes reabrió una polémica más que interesante, aunque la misma esté constreñida (aparentemente) a la contienda entre dos bandos: los atacados por Bunge y el propio Bunge y sus seguidores.

Mario Bunge: un charlatán más en el reino de los charlatanes

Por:Leandro Andrini
Semanas atrás, una entrevista a Mario Bunge publicada en un semanario de cultura y titulada Hay brujos y chamanes en todas partes reabrió una polémica más que interesante, aunque la misma esté constreñida (aparentemente) a la contienda entre dos bandos: los atacados por Bunge y el propio Bunge y sus seguidores.

El Dr. Mario Bunge pertenece a esa categoría de pensadores que se creen con capacidad de decir y decidir qué es tal cosa o tal otra, usufructuando así las categorías para sentar prejuicios de presumida objetividad. Escucho el rechinar dentario de este pensador mascullando que mi posición no tiene valor porque recurro a alguna de las características que él tan bien describe en lo que cualquier refutación pasa a ser, en el mejor de los casos, la posición dogmática de un lego que no entiende ni de ciencia ni de filosofía.
Pese a su gusto por lo que da en llamar “cultura superior”, Bunge es en extremo un intolerante cultural cuyos refinamientos son los dejos de un elitismo, el que le permite confundir la palabra cultura con la posibilidad extrema de escuchar y diferenciar entre una obra de Bach y una de Mozart como si ello fuera el único universo posible de saberes, y de placeres. Sin vueltas dice que “los rockeros no tienen educación musical, no se han sometido a la disciplina del aprendizaje de la música. Mucho de ellos tienen mucho oído pero, dicho sea de paso, el oído de los rockeros decae muy rápidamente porque tocan música a todo volumen tal que aquel se destruye. Para mí, el rock es la negación de la música”. Sin dudas, este tipo de afirmaciones constituyen juicios de valor cargados de subjetividad y de prejuicios. Es como indicar que Picasso es la negación de la pintura porque corrompe las formas, así porque sí. Además, lo que se pierde en capacidad auditiva no es la capacidad de registro (hace una afirmación que llega a contradecir la investigación existente al respecto).
Bunge hace esta afirmación sin interiorizarse de las cuestiones históricas inherentes a cada gran músico del rock. Para Bunge la palabra ‘historia’ es una palabra maldita, porque paso a paso le destroza todas sus observaciones prejuiciosas (con pretensión de filosóficas); tan maldita que no ingresa (o en todo caso no ingresa muy cómoda) en lo que puede ser entendido como una ciencia si nos atenemos a su famoso manual La Ciencia (su método y su filosofía). Y ya que estamos con este libro, vayamos a su parte final dedicada a la Novísima Sociología de la Ciencia, en el que arremete diciendo “al fin y al cabo la teoría cuántica triunfó, en tanto que el nazismo, animado por la filosofía antiintelectualista, fue derrotado”, «olvidando» -como es su costumbre- que el reconocido premio Nobel en Física 1932 W. Heisenberg fue un entusiasta colaborador del régimen hitleriano, al igual que algunos otros científicos germanos de renombre como W. Gerlach , O. Hahn, P. Harteck, C. F. von Weizsäcker, K. Wirtz, H. Korschning, E. Bagge, y K. Diebner (muchos de ellos ligados al triunfo de la mecánica cuántica). Practicar una disciplina no garantiza nada desde la ideología o la política, muy que le pese al señor Bunge y sus prejuicios.
Obviamente que no recurrirá a la historia, o a la contextualidad, porque para él eso es oscurantismo. No duda en catalogar de oscurantismo lo que no entiende, o lo que no quiere entender, y lo que en muchos casos destruye (con experiencia incluida) sus afirmaciones quasi-dogmáticas.
“Momentito, el fútbol es un deporte, no pertenece a la cultura en el sentido estricto de la palabra”. Es claro que los saberes producidos en su mayoría en ese basural llamado París –para Bunge- vienen a contrariar sus concepciones. Es, según las evidencias con que contamos a la fecha, uno de los lugares donde más se han dedicado a la arqueología del saber, y por ello a la etimología. Entonces ¿cuál es el sentido estricto de la palabra ‘cultura’?. No podemos ignorar que la palabra ‘cultura’, cuyo origen se inscribe en épocas de la pretérita Grecia, proviene de la palabra ‘cultivo’. Aquellos científicos (en general los antropólogos) que más han indagado sobre estos orígenes han encontrado que los griegos tenían una idea de cultura ligada al cultivo de las capacidades específicas del individuo en su totalidad (por ello estudiaban música, geometría, participaban de las Olimpiadas, formaban parte el ejército, etc.). cabe entonces que nos preguntemos ¿cuál es el sentido estricto de la palabra al que se refiere Bunge?
Por otro lado, desconoce la interrelación de un deporte con la industria del espectáculo, y no podemos separar tan categóricamente como él para quien el rock es una fase de la cultura comercial y el fútbol sólo y tan sólo un deporte (y ya no por nuestra incapacidad, la que tampoco es desdeñable por cierto). Esta aseveración sobre ‘fútbol’ es una visión tan idílica como ingenua como la que puede tener cualquier pibe de barrio jugando en un potrero, sin ser sometida al más mínimo sentido crítico. Lo que es imperdonable en Bunge es su capacidad de ignorar vastos campos del saber que dan cuenta de lo que significa el deporte como cultura de masas, y como expresión comercial.
No podemos dejar de decir que su “momentito...” es marca registrada de la intolerancia, es ese instante en el que el individuo dice “acá hablo yo, y no hay palabra más autorizada que la mía. El resto cállese y escuche”.
Su amor por la filosofía anglo-sajona no debe ser desligada de su amor por la «verdad» anglo-sajona. Por lo que no puede asombrarnos que este lego en lo que se refiere a entender (entender científicamente y filosóficamente) qué es la cultura, venga con el recitado de que “en todo caso, los muros en esta época en que todo el mundo habla de la globalización, son un poco ridículos”. Lo que es ridículo es creer que la globalización existe. Globalización es, en efecto, lo más ligado al sustantivo concreto ‘globo’: una cosa que se agranda, se infla, se estira, se amolda, se acomoda, pero que interiormente está vacía de la sustancia que visiblemente le confiere la forma (¿llegará el día que de tanto inflarla se reviente?). ‘Globalización’ es un concepto, que como un globo, está inflado. Y dado que Bunge está hablando del muro que el gobierno estadounidense quiere levantar en la frontera con México, negando tal posibilidad o remarcando la contradicción al menos debido a la globalización, no podemos dejar de parafrasear a un prestigioso escritor mexicano para quien nadie se levanta globalizado, sino de su propia cama, en el barrio en que vive, y sí atropellado por una venta infame de mercancías insustanciales. Y seguido a esto, no podemos desligarnos de que la cultura está subordinada a tendencias (políticas y económicas) que universalizan el concepto según el ideario del capitalismo dominante y concretan el paso de sustentar un pensamiento único e incapaz de diferenciaciones. O como sostiene José L. Coraggio, que la creciente transnacionalización de los medios de comunicación social y de producción de cultura de masas, es decir, de los medios consumistas, constituye un componente básico de este enfrentamiento cultural. Se trata de un proceso que va sustituyendo progresivamente las múltiples perspectivas del mundo y autopercepciones desde diferentes regiones, países y culturas, por una única perspectiva: la central. Con todo este rodeo (seguramente oscurantista para Bunge) no queremos más que indicar su flagrante contradicción: “la [cultura] comercial, desde luego, es desdeñable. Se hace para vender, no para educar y dar placeres un poco refinados. La cultura que yo prefiero es la superior. Pero no por eso desdeño la cultura popular cuando produce algo bueno. Por ejemplo, hay música popular auténtica, no la comercial. Es famosa, por ejemplo, la pintura haitiana o las alfombras que vienen del Oriente”.
Podemos dejar para otro ocasión el análisis de la noción que Bunge tiene acerca del fin de la cultura [educar y dar placeres un poco refinados].
Comenzamos el párrafo anterior señalando que su amor por la filosofía anglo-sajona no debe ser desligada de su amor por la «verdad» anglo-sajona. Y no podemos dejar pasar por alto su observación de que “lo que hay que hacer con los inmigrantes es favorecer su integración, impedir que queden encerrados en guetos e impedir que importen los fanáticos religiosos que los azuzan y los llevan a cometer actos terroristas, favorecer que aprendan la lengua local, la historia del país al que han emigrado y se sientan parte de él, en lugar de hostilizarlos”. Está a la vista que es imposible que nos preguntemos ¿por qué los pueblos emigran? ¿Cuáles son las condiciones que los hacen perder su identidad, su “memoria colectiva”, sus creencias, su música, sus familias, sus afectos? A cambio, enseñémosle la lengua del país que los importa como objetos, como brazos baratos (como el mismo Bunge sostiene: “uno de los motivos por los que creo que [la construcción del muro] va a fracasar es que la agricultura del sur estadounidense se va a desmoronar sin el trabajo de los braceros mexicanos”).
Como latinoamericano que soy, siento vergüenza que el señor Mario Bunge nos diga este montón de macanas (sandeces) queriendo venderlas como afirmaciones científicas y por tanto objetivas, que quedan rebatidas al sólo mirar a ojo desnudo los hechos (sin siquiera usar u microscopio).
Mario Bunge oficia de vocero, cuando no de lenguaraz, de la ideología imperante. También cabría preguntarse con total desprejuicio las simpatías ideológicas de los pensadores que él pretende refutar (¿no será que estos pensadores están mayormente ligados al campo de la izquierda?), a cambio de usar las categorías que se desprenden de las “lógicas” de Popper o algunos de su talla (ligados al campo del liberalismo de derecha). Entre otras cosas, lo que pretende Bunge es hacernos creer que un sistema filosófico es independiente de los sujetos y de la subjetividad que cada pensador impone a su sistema objetivizable. Se olvida, como físico que fue (si alguna vez lo fue) que la filosofía no es física, y mucho menos ciencia.
Para terminar, debemos preguntarnos también, si no es que el desarrollo de algunos campos del conocimiento y del saber están aun en su fase “aristotélica”, por decirlo de algún modo, y se necesita de la especulación y las preguntas metafísicas que conduzcan a la aparición de algún “galileano”. Arrancar de raíz la pregunta metafísica porque no concuerda con nuestros gustos o preferencias es una característica más de la intolerancia, y por qué no de la ignorancia (ignorar por ejemplo la disputa entre los objetivistas materialistas y los subjetivistas machianos de fin de siglo XIX que condujo a planteos tales que el propio Einstein tomó para la “construcción” de la teoría de la Relatividad; ignorar que el Principio de Mínima Acción, planteado por Pierre-Louis Moreau de Maupertuis, expresa la sabiduría de Dios en términos de un principio de economía según las ideas “científicas” de la época; los ejemplos se suceden hasta el cansancio). Aplicar la guillotina de Bunge es harto peligroso para el genuino desarrollo del conocimiento y del saber. De todas maneras, y no por ello, debemos dejar que reinen los embusteros y los mentiros.

http://antroposmoderno.com/antro-articulo.php?id_articulo=1025


Mi nombre es Leandro Andrini, soy Lic. en Física por la Facultad de Ciencias Exactas de la UNLP (Universidad Nacional de La Plata, La Plata, Bs. As., Argentina), y tesista doctoral en Ciencias Exactas por la misma facultad.

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