03 febrero, 2014

Sobre la esencia de la Guerra Por Guillaume Faye


(...) La guerra, es decir, el uso de la fuerza armada entre unidades políticas soberanas - a diferencia de la violencia privada - siempre ha sido mal entendida, incluso en la mente de sus protagonistas. Por ejemplo, un reciente libro sobre el estallido de la Primera Guerra Mundial (1914-1918), que fuera un absoluto desastre para Europa, ("Europe’s Last Summer: What Caused the First World War", por el historiador David Fromkin, profesor de la Universidad de Boston), muestra que esta carrera hacia el abismo no fue causada por algún cálculo político-racional, sino que en contra de los propios intereses de los beligerantes, fue dirigida por una especie de agitado mecanismo autónomo, que podemos llamar "belicista". Un mecanismo que algunos llamarán "una locura" tautológica e irracional. En efecto, ningún actor realmente quería "atacar al otro", pero más o menos todos querían luchar en diverso grado, sin poseer objetivos claros y comunes para lanzarse a la confrontación. (...)

La escuela marxista (guerra = imperialismo económico) o la escuela geopolítica (guerra = asegurar el control del espacio) o la escuela nacionalista (guerra = defender las reservas nacionales) no están equivocadas, pero no responden a la pregunta: ¿Por qué la guerra?, dado que de acuerdo con el razonamiento aristotélico, "¿para qué perseguir un objetivo de la manera más difícil, cuando podríamos tener una manera más fácil de alcanzarlo?". La idea de Talleyrand, atendiendo a esto, dice que Francia podría haber fácilmente dominado Europa a través de la diplomacia, la influencia económica y cultural, y demograficamente, sin necesidad -y con mayor seguridad que a través- de las sangrientas guerras napoleónicas, que llevaron a Inglaterra y Alemania a la cima. Por regla general, las guerras intra-europeas no han beneficiado a ninguno de los protagonistas, sino debilitado al continente entero.

Entonces, ¿qué es la guerra?. La respuesta a esta pregunta se encuentra no en la ciencia política, sino en la etología humana. Robert Ardrey, Konrad Lorenz, y muchos otros vieron que la rama de primates llamados Homo sapiens era la especie más agresiva, incluso en materia intraespecífica. La violencia en todas sus formas, está en el centro de los impulsos genéticos de la especie humana. Es imposible escapar. Las religiones y la moral "anti-violencia" sólo confirman esta disposición natural por oposición. La guerra sería, en palabras de Martin Heidegger acerca de la tecnología, "un proceso sin sujeto". Es decir, un comportamiento que (a) escapa a cualquier causalidad racional y volitiva en el sentido de Aristóteles y Descartes, (b) e ignora consecuencias fácticas. La esencia de la guerra, por lo tanto, no se encuentra en el nivel del pensamiento lógico, sino en el nivel de lo ilógico, en las fronteras de la paleocorteza y el neocórtex.


La esencia de la guerra es endógena, contiene su propia justificación en sí misma. Yo hago la guerra porque es la guerra, y uno debe hacer la guerra. Debemos mostrar nuestra fuerza. Cuando los estadounidenses - y, en un nivel inferior, los franceses - participar en expediciones militares, no es tanto una cuestión de cálculo (el mismo se lograría a un costo menor y, peor aún, el resultado contradice el objetivo) que de un impulso. Una necesidad - no animal, ¡sino muy humana! - de usar la fuerza para demostrarme a mí mismo que existo. Vilfredo Pareto ha visto correctamente dos instancias en el comportamiento humano: las acciones y sus justificaciones, con una falta de conexión entre las dos.

Así, la esencia de la guerra se encuentra en sí misma. Este no es el caso en otras actividades humanas como la agricultura, la industria, la ganadería, la botánica, la informática, la investigación de la tecnología, la arquitectura, el arte, la medicina y la cirugía, astronomía, etc., que, para usar las categorías aristotélicas, "tienen sus causas y metas fuera de su propia esencia". ¿Y que se asemeja más a la guerra en tanto actividad humana autosuficiente? La religión, por supuesto.

La guerra, como la religión, con la que se asocia a menudo (religión que puede ser teológica o ideológica), produce su propio ambiente de manera autosuficiente. Emana de una gratificación. Aumenta y estimula tanto como destruye. Es un factor conjunto, de creación y destrucción. Surgió de la necesidad humana de tener enemigos a toda costa, incluso sin razón objetiva. Esta es la razón por la que las religiones y las ideologías de la paz y la armonía no han logrado imponer sus puntos de vista y antes bien, han sido fuente de nuevas guerras. Las ideas expresadas por el hombre no se corresponden necesariamente con su naturaleza, y es esto último, finalmente, lo esencial. [6] La naturaleza humana no se correlaciona con la cultura y las ideas humanas: es la infraestructura dominante.

¿Deberíamos abrazar todos el pacifismo? La historia, por supuesto, no es sólo la guerra, pero la guerra es el combustible de la historia. La guerra ha inspirado artistas, cineastas y novelistas. Sin ella, ¿acerca de qué hablarían los historiadores?. Incluso los defensores del "fin de la historia" se muestran a sí mismos como belicistas. La deploramos, pero la adoramos. Las académicas feministas han escrito que si las sociedades no fueran machistas ni estuvieran dominadas por hombres belicosos, no habría guerra, sino sólo negociaciones. Error genético: en los vertebrados superiores, las mujeres son tan belicosas como los machos, e incluso más.

La paradoja de la guerra es que puede tener un aspecto de "destrucción creativa" (para usar la famosa categoría de Schumpeter), sobre todo en materia económica. Además, en la historia tecno-económica desde los primeros tiempos hasta la actualidad, la tecnología militar ha sido siempre una de las principales causas de innovaciones civiles. De hecho, el conflicto y la presencia de un enemigo crea un estado de felicidad y deseo en la esfera privada (porque da sentido a la vida), así como en la esfera pública, la guerra inicia una felicidad colectiva, una movilización, una ruptura con la rutina diaria, un evento fascinante. Para bien o para mal. Entonces, ¿qué hacer? No podemos abolir la ley de la guerra. Está en nuestro genoma como un impulso libidinal. La guerra es parte del principio de placer. Es sabrosa, atractiva, cruel, peligrosa y creativa. Simplemente tenemos que tratar de regularla, dirigirla, de alguna manera dominarla en lugar de acabar con ella.

Lo peor sería, tanto negarla como buscarla a toda costa. Aquellos que enfrentando la yihad islámica se nieguen a luchar, serán eliminados. (...) Todo cabe en el mesotes aristotélico, el término medio. El coraje se encuentra entre la cobardía y la temeridad, entre el miedo y la imprudencia. Por eso, cualquier nación que se desarma y renuncia al poder militar es tan necia como quienes abusan del mismo. La guerra, como todos los placeres, debe ser disciplinada.

jueves, 26 de diciembre de 2013
[Traducido de la versión inglesa de Greg Johnson por Augusto Bleda, para El Frente Negro]

No hay comentarios.:

Publicar un comentario